LOS ESCENARIOS MÁS EVIDENTES

Desde que apareciese la COVID-19 y fue necesario conjugar las nuevas demandas sociosanitarias con las incidencias, de todo tipo, que desencadenaron la generalización de la pandemia, se constató que había que configurar nuevas maneras globalizadoras. Que permitiesen determinadas autonomías fabriles y que afianzasen las resiliencias de las cadenas de suministro. Temas que se agudizaron cuando las consecuencias de la invasión de Ucrania se empezaron a sentir y se acrecentaron con la reorientación de los intercambios internacionales. Atrás han quedado las logísticas de la hiperglobalización anterior y se han hecho más patentes las fragmentaciones de las globalizaciones actuales. Sin que ello haya propiciado abandonar las diversas competencias estratégicas que ya se daban entre los Estados Unidos y China. O que se haya frenado el deterioro de los modos de la gobernanza global que se había ido construyendo desde mediados del siglo pasado. Ni se hayan atemperado las nuevas fórmulas de influencia asociadas a la aparición de nuevos acreedores globales que debilitan la influencia de las instituciones financieras surgidas entonces.
A la vista de lo cual, tras considerar cómo coexistirán las múltiples pugnas entre las potencias socioeconómicas, o cómo evolucionan las relaciones multilaterales o las transatlánticas, convendría no olvidar otros temas globales. Que van más allá de los nuevos obstáculos a los intercambios comerciales.
Pues no cabe olvidar, entre otros, la persistencia del hambre, los riesgos para la biodiversidad, el crecimiento de la carrera armamentística o el triste horizonte que tienen ante sí las mujeres en muchas latitudes que no se mencionan en los noticiarios.