Dentro del Eje Temático de Envejecimiento y Salud, tras las dos sesiones anteriores de este ciclo dedicadas a los temas de fragilidad, deterioro cognitivo y demencias, era obligado hablar de las expectativas que se abren al compás del continuado crecimiento de la esperanza de vida en las sociedades actuales. Crecimiento que no es ajeno a los avances biomédicos y a las mejoras en la calidad de vida, lo que permite entrever nuevas facetas del desarrollo humano. Pero también otros problemas, tanto personales como sociales, que aparecen, igualmente, con los avances aludidos.
La cuestión es, por tanto, si es posible aplazar el envejecimiento y que consecuencias, de toda índole, pueden venir aparejadas con la mayor duración de la vida de las personas. Y qué significa la misma en la necesaria aparición de pautas y cuidados sociales novedosos.
Por todo ello las nuevas cuestiones hay que abordarlas tanto desde el punto de vista biológico, es decir, profundizando en el conocimiento científico existente sobre la posibilidad de atrasar o revertir el envejecimiento. Como, también, sopesando las repercusiones económicas, sociales, sanitarias y personales del mismo.
Tras lo cual cabría preguntarse si ¿es posible la vida eterna?, o si ¿interesa vivir eternamente, siendo cada vez más ancianos y achacosos?, o acaso ¿en realidad lo que se pretende es lograr el don de la eterna juventud?