EL FUTURO DE LA OTAN

Dentro de una semana la próxima cumbre de la OTAN, que se va a celebrar en Madrid, tendrá que afanarse por definir en qué consistirá su nuevo concepto estratégico. Que le permita desarrollar la agilidad imprescindible con la que adaptarse a las realidades de un mundo cambiante. Pues sus preocupaciones tácticas y estructurales ya no será posible asociarlas solamente al Atlántico Norte. Ni le convendrá desentenderse de otros horizontes más lejanos, como son los del Pacífico, en los que quiere enseñorearse el cauteloso coloso chino, u otros más próximos como son los de su esquivo flanco sur. Ya que puede que África sea mucho más el futuro a tener en cuenta, que seguir entretenidos con las especulaciones sobre cómo integrar las siempre difusas autonomías estratégicas en la Estrategia 2030 que está por definir.

La invasión de Ucrania ha despejado las dudas que algunos tenían sobre el futuro de la organización a comienzos de año, cuando todavía cabía preguntarse si tendría que refundarse o resignarse, por contra, a ir haciendo mutis por el foro de la historia. Hoy, vistas las prisas por las incorporaciones impensables hace solamente medio año, ya nadie aventura que quepan más finlandizaciones como las de antaño. Ni se puede ser tan simplistas como para pensar que bastara con rearmarse como nunca. Y luego esperar a seguir siendo unas potencias blandas que lideren el comercio mundial.