Desde hace algún tiempo asistimos a una mutación de los sistemas políticos del encuadre ciudadano por la vía económica y social (años atrás habríamos dicho de clase) a la identitaria (o de pertenencia). Un cambio que tiene en parte su origen en dos fenómenos claves que marcan el final del siglo XX: la llamada revolución neoliberal (1979) y el derrumbamiento de los sistemas de tipo soviético (1989). Llevamos ya unos cuántos años viendo tanto en Europa como América el crecimiento de estos movimientos, en que el componente patriótico se sacraliza y la dialéctica política se articula entre patriotas y traidores.